Con la caída del Muro de Berlín y la disolución del Pacto de Varsovia, que hemos recordado en las últimas semanas con la muerte de Gorbachov, desaparecía o al menos disminuía la confrontación Este – Oeste y se abría una época de entendimiento con Rusia. La potenciación de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y los acuerdos sobre la reunificación alemana entre Kohl y Gorbachov de no expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, junto a la ampliación de la Unión Europea, eran otros signos de distensión e instrumentos de entendimiento dentro de una concepción amplia de Europa que pretendía incluir a la propia Federación Rusa.
No ha sido así. La invasión de Ucrania por Rusia de Putin y la guerra en el corazón de Europa ha modificado el escenario, constituyendo una grave vulneración del Derecho Internacional y de la Carta de las Naciones Unidas, que establece la obligación de los Estados de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier otro Estado. Como pacifistas condenamos sin ambages la invasión rusa de Ucrania, sin intentos de blanqueo de Putin ni nostalgias de la antigua URSS.
Si bien la responsabilidad única de la guerra es de Putin, un autócrata eliminador de cualquier disidencia interna y externa, que ha asumido la tradición expansionista del nacionalismo ruso ahora con su invasión de Ucrania, como antes lo hizo sobre Crimea, o con la guerra de Georgia (Abjasia y Osetia) y la guerra del Donbás, previas a la agresión a Ucrania
Pero la condena no nos exime de reflexionar sobre las causas inmediatas y lejanas que han llevado a esta agresión. Porque si no de la guerra, sí hubo también una importante responsabilidad por parte de la OTAN, o más en concreto de los Estados Unidos, en la generación de la tensión, de la inseguridad previa, al forzar la expansión de la OTAN hasta la frontera de Rusia en contra de los acuerdos que en su momento se alcanzaron con Gorbachov, llevando también su amenaza e inseguridad a las mismas puertas rusas de Ucrania. En este mismo sentido, aunque la ampliación a Finlandia y Suecia pueda ser comprendida por verse más protegidos de Rusia dentro que fuera de la Alianza, tampoco constituye a medio y largo plazo un factor de distensión
Hay que añadir que el bombardeo de Kosovo por la Alianza Atlántica en 1999, invocando una intervención humanitaria y el reconocimiento de Kosovo, tras la Declaración de independencia, actos ambos contrarios al Derecho internacional, han sido copiados por Rusia, mutatis mutandis, en las ocupaciones territoriales y usos ilícitos de la fuerza que viene cometiendo. Es decir, occidente y la OTAN en particular deben ser respetuosos con el Derecho, como mejor senda para la paz. Cabe recordar que la segunda guerra del Golfo, la de 2003, a diferencia de la de 1990, no era conforme con el Derecho internacional. Se invocó por USA y Reino Unido la legítima defensa frente a un riesgo (preventiva), cuando el Derecho solo permite que sea una respuesta inmanente, proporcional y necesaria frente a un previo ataque armado. Incluso en aquellos casos en los que, como sucedió en Afganistán, el uso de la fuerza era adecuado según el Derecho internacional, al estar debidamente autorizado por una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hemos visto el fracaso occidental tras dos décadas de ocupación.
Esto puede dar lugar a reflexiones desde muchos puntos de vista, pero es evidente que se pueden hacer mejor las cosas en el camino de la paz, respetando las reglas básicas de la Comunidad internacional, pues no solo se ha roto la paz, por el uso de la fuerza, lo que produce crímenes de guerra y contra la humanidad, sino que la comunidad internacional está en una situación de desorden que es muy peligrosa para la estabilidad en el siglo XXI. Habría que retornar al viejo ideal kantiano de la paz a través del Derecho.
Ello unido a la debilidad institucional en política exterior de la Unión Europea, por la regla de la unanimidad, y a la ausencia de la ONU, sistemáticamente marginada por la gobernanza neoliberal, más aún por Rusia y Estados Unidos en este conflicto, como en otros anteriores.
Desde el inicio de esta guerra desde el MPDL, a la vez que hemos apoyado que había que ayudar al pueblo ucraniano para que no fuera aplastado por Rusia, promovimos movilizaciones para denunciar la invasión y consideramos que el objetivo prioritario debía y debe ser el de detener la guerra cuanto antes. Por ello, no compartimos el discurso del enfrentamiento militar como salida y del incremento de los gastos militares, que nos lleva de nuevo a la confrontación entre bloques militares y a la militarización del lenguaje y del discurso público. Como entidad pacifista rechazamos este relato pro-belicista que genera un estado de opinión que entiende que para la resolución del conflicto la solución es militar, y en el que la paz es vista como una opción negativa que renuncia a la justica.
Por el contrario, es la hora de la diplomacia y el diálogo entre todas las partes para un alto el fuego inmediato en Ucrania, en los que deben jugar un papel clave tanto Naciones Unidas como la Unión Europea. Es necesaria una negociación para lograr una paz que abra de nuevo la perspectiva de una política de distensión, con un estatuto de neutralidad para Ucrania que la sitúe fuera de los bloques militares y dentro de la Unión Europea.
Frente a la guerra y frente a la disuasión militar, creemos que hay que retomar la doctrina de la seguridad compartida, impulsada por el primer ministro sueco Olof Palme en los años ochenta, donde los países se sientan seguros no por generar una mayor amenaza sino por el compromiso con la seguridad de los otros. Multilateralismo, seguridad compartida para toda Europa, desde el Atlántico a los Urales, reduciendo y eventualmente suprimiendo la amenaza mutua, deteniendo la carrera armamentista y creando seguridad y confianza también con medios no militares, en los planos político, económico, social y psicológico. Este planteamiento puede hoy parecer utópico por la actitud de Putin, pero lo consideramos irrenunciable, si no queremos vivir en el futuro en la permanente inseguridad de la amenaza.
La pregunta clave es qué horizonte de paz y seguridad contemplamos para las próximas décadas de este siglo XXI. Junto al papel de la ONU y al multilateralismo democrático es imprescindible la reconstrucción de un sistema inclusivo de seguridad europea, a partir del proceso iniciado en su momento por la OSCE, así como el desarrollo de un polo estratégico de seguridad y defensa europeo, que dote a la Unión Europea de una autonomía propias que eviten la dependencia de la estrategia de Estados Unidos y, por extensión, de la OTAN, cuya ampliación con dos nuevos miembros, Finlandia y Suecia, puede agravar el riesgo de incrementar las tensiones que afectan a Europa a la seguridad europea, como señala Pierre Schori en uno de los artículos que se publican en este número.
La construcción de la paz es un proceso y un proceso largo y continuo. No podemos caer en la trampa de considerar la solución militar como la única. Por el contrario, debemos promover la solución pacífica y de diálogo como la posible y la solución duradera. Pero para ello hay que trabajar, y mucho.
Este número de Tiempo de Paz sobre La guerra de Ucrania comenzó a gestionarse casi a partir del primer momento de la invasión por Rusia de ese territorio, en febrero de 2022. Algunos de los artículos llegaron muy pronto y, casi todos, en los meses de junio y julio. Por eso, y porque los acontecimientos han ido ocurriendo, como todos sabemos, a una velocidad increíble, con los giros que han ido dando casi diariamente, con una deriva hacia peor, el número que ahora presentamos puede parecer en algunos aspectos, desactualizado.
Sin embargo, no creemos que las reflexiones que contiene hayan perdido validez. Muy por el contrario, los análisis que en ellos se expresan han ganado en perspectiva sobre muchos aspectos, reafirmando algunos de ellos.
Se trata, sin duda, de un tema que nos va a ocupar a todos durante bastante tiempo.
La revista intentará seguir ofreciendo reflexiones desde diferentes ángulos, al hilo de los acontecimientos.