En estos complicados momentos, la resiliencia, la solidaridad y el apoyo mutuo son más importantes que nunca tanto a nivel personal como social. El sistema tiene también que adaptarse a una crisis con impacto global.
Estamos viviendo momentos que nunca habríamos imaginado como sociedad, ni en España ni en el creciente número de países que están haciendo frente a la pandemia del COVID-19.
Nuestras vidas y nuestra forma de entender el mundo han cambiado de un día para otro, y el miedo es la atmósfera que nos rodea. No es fácil hacerle frente, pero resulta más necesario que nunca que la sociedad reme unida hacia el mismo objetivo para salir cuanto antes de esta complicada etapa.
Ante una experiencia traumática o un hecho personal o social de gran dureza, es donde las personas tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas por ser resilientes. Resiliencia, esa compleja palabra definida por la RAE como “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos” pero que resulta tan importante. Los seres humanos hemos demostrado nuestra resiliencia a lo largo de la historia, en momentos en los que también nuestros predecesores tuvieron que reunir fuerzas para superar periodos de una dureza nunca vista. Y ahora es uno de esos momentos donde de nuevo la humanidad la tiene que afrontar.
El sistema tendrá también que demostrar su resiliencia, ahora mientras dure la crisis, pero de igual forma o más si cabe, cuando esta finalice. Porque finalizará. Las prioridades políticas y económicas deben adaptarse a un nuevo tiempo si queremos evitar una profunda crisis social, una fractura que deje a la sociedad, a la mayoría de las personas, fuera de juego.
Las personas son el centro de las sociedades. Somos las personas las que estamos demostrando nuestra solidaridad y apoyo con nuestros seres cercanos, cuidándonos y cuidándolos en la distancia, pero también con nuestros vecinos, con nuestras comunidades y con todas aquellas personas que están haciendo posible que tengamos acceso a servicios básicos y esenciales. Es fundamental destacar que no tendríamos acceso a ellos sin todas las personas que siguen trabajando arriesgando su salud, muchas de ellas hasta ahora no valoradas por el sistema: personal de supermercados, de limpieza, de enfermería, transportistas… y un largo etcétera. Tendremos que recordarlo cuando esto acabe.
Es el momento, además, para demostrar que no vamos a dejar de lado a nadie. Para las personas que ya se encontraban en situación de vulnerabilidad o en riesgo de exclusión social, esta crisis puede suponer una ruptura total. Es ahora y será después, cuando las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad, personas mayores, mujeres víctimas de violencia de género, migrantes y refugiadas, infancia en situación de exclusión, desempleadas… deben recibir los todos recursos necesarios para que esta crisis no impacte aún más en sus vidas garantizando sus plenos derechos. Es crucial no olvidarlas.
Como tampoco podemos olvidar a todas aquellas personas que no pueden despedirse de sus seres queridos en estos duros momentos. Es fundamental que sepan que estamos con ellas. Mi madre falleció el 7 de marzo a los 101 años de edad por causas ajenas al COVID-19 y tuve la suerte de poder despedirme de ella, aunque el periodo de duelo esté ocurriendo en momentos como este. Quiero unirme a todas ellas, somos muchos los que nos unimos a su dolor.
Mientras el final de esta crisis llega, que llegará, seguiremos aplaudiendo en nuestras ventanas y balcones a las personas que trabajan en el sistema sanitario y que se están dejando la piel para cuidarnos y tratarnos. A cambio, nos piden poco: quédate en casa, un acto de responsabilidad personal y social que salva muchas vidas.
Mientras el final de esta crisis llega, que llegará, seguiremos demostrando que la solidaridad y la empatía mueven el mundo, incluso desde nuestras casas, con pequeños o grandes gestos de apoyo y cuidados que emocionan ante la adversidad. Porque juntas y juntos saldremos adelante.